martes, 3 de febrero de 2009

The Call




Para Lulis

Regresaba a mi casa con una gran esperanza. La alegría desbordaba mi ser. Casi saltando. Había encontrado la solución a mis problemas académicos. Sólo tenía que presentar una solicitud y adjuntar unos documentos que yo tenía en mi casa.
Lo único que tenía que hacer era llevar todos esos documentos al día siguiente. Al llegar a casa le conté las buenas nuevas a mi madre que estaba en la cocina preparando el almuerzo. Nos alegramos juntos y el día soleado parecía que nos decía que todo iba a estar bien. Todo el ambiente en casa se lleno de esperanza y felicidad. Luego de unos minutos me dirigí a mi habitación. Me encaminé directamente a mi pequeño velador que es un viejo amigo que guarda todos mis secretos, tesoros y muchas cosas que nadie puede saber. Es un fiel compañero y muy buen confidente. Abrí el tercer cajón, donde guardo en fólderes todos mis documentos, y saqué el fólder en que con seguridad pensé que estaban esos documentos. Grande fue mi sorpresa al no encontrarlos. El sol dejó de brillar sobre mi, una brisa fría paso raudamente a mis espaldas y las hojas secas de mi jardín se arrastraron junto a ella. Me negué a creer que eso documentos no estaban donde los dejé. No iba a permitir que mi hermoso día se desvaneciera o se escurriera de entre mis manos.
Volví a dirigir mi mirada al tercer cajón de mi viejo amigo llamado velador y lo obligue a que me entregara los documentos que yo le había confiado, le arranqué de sus entrañas todos los fólderes pensando que me había traicionado. Los conté, estaban completos y luego me dirigí a la meza. Puse los fólderes sobre ella y uno a uno los torturé. Con una habilidad policial les interrogué por minutos interminables. Ninguno de ellos quiso decir palabra alguna en su defensa. Estaba ofuscado y con palabras amenazantes les dije que los despediría sino me entregaban a esos documentos que a estas alturas eran ya proscritos.
En medio de súplicas, de ruegos. Alguien levantó su voz en son de protesta. Exigí que me dijeran quién era aquel que se atrevió a protestar, pero todos callaron nuevamente.
Cuando me abalancé sobre ellos para darles su merecido castigo por su traición, el celular que yacía escondido en mi bolsillo izquierdo me detuvo y me informó que él fue quién levantó su voz de protesta y me con voz suplicante que los hizo para informarme que alguien deseaba comunicarse conmigo, le exigí que me dijera quién osaba llamarme y él tristemente me dijo que no lo sabía, me volvía a repetir una vez más que no lo sabía y suplico por piedad con voz temblorosa. Sin hacer caso a sus palabras lo tomé y casi estrangulándolo respondí la llamada con una voz diplomática, ese tono con el que suelo disimular todos mis sentimientos tratando de ocultar cualquier problema: alo, con quien hablo.
Una voz femenina respondió con una pregunta: ¿Pablo? Tardé unos segundos en reconocer la dulce voz, ese tomo que mezcla a la perfección dulzura, ternura y un ser guerrero. Era la voz de muy querida amia Lula. Una amia del cole con quien esporádicamente chateo.
Su llamada evocó en mi mente la canción “The call” de los BSB. Pero a diferencia de la tragedia que sufrió el joven de la canción para mi fue todo lo contrario. Deje los fólderes a un lado, que para ese momento estaban al borde del colapso. Todos esos sentimientos de amargura se alejaron de mi. Y fue como si todas esas nubes que habían cubierto mi ser, por no haber encontrado eso documentos, se alejaron de mi. La brisa fría se desvaneció. El sol volvió a brillar y nuevamente sentía su calor.
Conversamos por unos minutos y aunque sufrimos de ciertos cortes en la llamada pudimos conversar por un momento. Fue placentero escuchar la voz de mi amia.
Es que cuando somos adolescente dejamos pasar muchas cosas importantes y las tratamos como superfluas e insignificantes. No nos damos cuentas de lo frágil de nuestras vidas, de lo pasajera que es. No aprovechamos cada segundo de nuestra existencia.
Recuerdo bien las momentos vividos en el cole “el mantarito”. De las veces que con mis compañeros nos escapábamos del cole para ir al pimball o simplemente por salir de clases antes de tiempo. De sus viajes a los campamentos, y todo lo que sucedía en el buss. Molestando a los compañeros que se dormían, tomándoles fotos y un sin fin de cosas que los adolescentes nos inventamos para divertirnos. Y recuerdo que junto con un grupo de amigos inventamos una nueva bebida, el así llamado “pichicola”. Momentos imborrables de mi memoria.
Es que los recuerdos nos muestran que estamos vivos, son prueba de ello. Los amigos del cole siempre están en mi memoria muy presentes, ocupan una parte muy importante de mi vida. Y esa tarde cuando recibí la llamada de mi amia lula me alegró, cambió todo para mi.
Es que el ponerse en contacto con los amigos cambia nuestro mundo, nuestra manera de ver las cosas. Recuerdas a muchos de ellos en el salón de clases, en la canchita de fútbol, etc. Y siempre los recuerdo en escenas jocosas. Es que me gusta recordar esos momentos felices. Por que de ese modo puedo saber que los momentos de tensión, de tristeza, de preocupación, de amargura, etc., todas esas cosas son tan livianas al compararlas con esos minutos o talvez segundos de felicidad.
La felicidad. Un concepto que todo mundo quiere comprender y hacer de ella una realidad en sus vidas pero que es muy escurridiza. Y esto simplemente será de ese modo por toda la vida, sólo la buscaremos y por segundos la poseeremos. En la declaración de independencia de USA encuentro reflejada esta idea: “…la búsqueda de la felicidad”.
Mientras nuestros pies caminen la senda que nuestros ancestros caminaron sobre este planeta sólo podremos buscar la felicidad.
Hace mucho tiempo atrás un amigo mío me dio la respuesta a este problema. Si queremos tener la felicidad par siempre. Si deseamos vivir siendo felices por el resto de nuestras vidas sólo tenemos que hacer una cosa: rendir tu ser ante el amante salvador, Jesucristo.


Con mucho cariño para ti amia mía.
Paulos, el mismo de siempre.


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