jueves, 23 de abril de 2009

Parousia


Inspirado en la labor misional que cada uno de nosotros, como cristianos, debemos cumplir. El tiempo es corto y vivir con esperanza es de vital importancia. Sin embargo debo resaltar que la esperanza de la que yo hablo no es una esperanza puesta en cosas que ahora podemos palpar o ver, es un esperanza que está en un futuro cercano pero que debe llenar nuestro ser por completo.
El apóstol Pablo cuando se refería a la segunda venido de nuestro Señor Jesucristo la llamaba: LA BENDITA ESPERANZA y es a esta ESPERANZA a la que me refiero en las siguientes líneas.

Ya no quiero más vivir viendo sólo mis problemas,
Ya no quiero más vivir teniendo autocompasión,
Ya no quiero más vivir bajo la compasión de otros hacia mi,
Ya no quiero más vivir de momentos triste o felices,
Porque sólo son eso, momentos.
¡ya no!
Ya no quiero vivir más contando los minutos,
Ya no quiero vivir más en medio de lágrimas,
Ya no quiero vivir más bajo la presión del trabajo y cosas así.
Porque quiero vivir, ¡me gusta vivir! ¡vivir! ¡sí!
¡vivir con plenitud!
¡vivir en felicidad y no con felicidad!
¡vivir, sí!
¡vivir sabiendo que hay algo mejor en el futuro!
¡vivir, sí!
¡vivir sabiendo que hay solución a todos nuestros problemas!
¡vivir, sí!
¡vivir sabiendo que hay cosas trascendentes!
¡vivir, sí!
¡vivir con esperanza!
¡sí! ¡VIVIR CON ESPERANZA!

miércoles, 22 de abril de 2009

Carné Universitario


Para mi los fines de semana son muy diferentes a los fines de semana de cualquier adventista. La mayoría de adventistas comienza con sus preparativos para el Shabat los viernes a las cinco de la tarde. Toman un baño muy ligero, planchan su ropa y muchas veces se pelean porque la camisa preferida está sucia o no está planchada.
Para las madres de familia la cosa es peor. Planchar la ropa del marido a la vez que limpia la casa. Admiro a las madres adventistas porque con sólo dos brazos pueden dejar listos al marido, y a los hijos. No sé cómo lo hacen pero de lo hacen. Al final recepcionan el Shabat y luego de una rica cena, que no sé con qué tiempo o en qué momento lo hacen, van a la iglesia y disfrutan del servicio del viernes por la noche.
Los jóvenes forman parte de otra historia.
Pero para mí las cosas son muy distintas. Como estudiante de teología hago prácticas eclesiásticas todos los fines de semana en una iglesia que mi facultad me asigna.
Y deseo hablar de los beneficios que el carné universitario me ha brindado en mis prácticas. Todo universitario saben muy bien que el carné universitario en el Perú es sólo un “engaña muchacho”, frase célebre de uno de mis profesores.
Y es así porque según las leyes peruanas el carné universitario nos da el derecho de pagar el 50% de los pasajes urbano e interurbano. Cosa que nunca sucede.
La primera vez que usé mi carné quedé algo confundido, el problema es que no soy bueno en matemáticas y mi amiga Lula sabe muy bien eso, porque en vez de cobrarme sólo s/. 0.50 céntimos me cobraron s/. 0.80 céntimos y como soy malo en matemáticas dejé pasar el hecho. Pero luego me di cuenta que mi carné universitario era en realidad un documento que me servía para pagar el 10% o 20% según el estado de ánimo del cobrador o según la ofertar y la demanda. Si hay bastante gente te rebaja el pasaje hasta en un 30% y eso en medio de discusiones.
Pero que podemos hacer la informalidad hace del transporte público la tierra de nadie.
Así que empecé a buscar mejores usos para mi carné. Lo utilicé de regla pero no era muy rentable porque es muy pequeño y no tenía esos numeritos que todas las reglas tienen. También usé mi carné como llave, pero debo reconocer que se debe tener maestría para eso y yo no soy muy bueno en esas cosas así que abandoné muy pronto ese uso. Luego traté de usar mi carné como garantía para alquilar pelis cosa que no dio resultado porque cuando quise dejar mi carné como garantía la tía me sacó un fajo de carnés y mi intención se echo a perder. Así paso un buen tiempo sin saber que uso darle al dichoso carné universitario.
Pero todo cambió el viernes 10 de abril de este año. . Ese día fue terrible, el tiempo pasó volando y cuando me di cuenta era tarde y yo aún no estaba en mi iglesia de prácticas. Como todos los viernes me fui a chapar mi combi asesina para ir a mi iglesia. Chape la primera que se puso enfrente mío y me fui a mi iglesia. Apurado como estaba me pregunta si es que me había olvidado algo, revisé mi mochila como torbellino y la dejé toda desordenada. Todo parecía estar bien: mi Biblia, mis informes, mi lección de escuela sabática, mis afiches y el bosquejo de mi sermón, todo estaba allí. Así que después de revisar mi mochila me tranquilicé un poco. Aunque ahora estaba nervioso por el tráfico y los minutos volaban cada vez se hacía más tarde.
Después de una hora y media de viaje y luego de pelearme con el churre por el dichoso medio pasaje, me bajé a unas cuatro cuadras de la iglesia, para ese momento ya eran las 7 de la noche. Caminé con pasos muy rápidos, esos pasos que dan las personas que están muy apuradas pero que a la vez quieren demostrar elegancia la caminar. Cuando llegué a la iglesia raudamente saqué mi corbata de la mochila y me la amarré al cuello lo más rápido y mejor que pude, con algo de sudor en mi frente trataba de respirar y calmar los latido de mi corazón. Para completar mi día la hermana que estaba dirigiendo la reunión me hizo unas señas para que pasara a la parte delantera de la iglesia, señal clara de que deseaba que yo me hiciera cargo de la meditación, como buen teólogo siempre tengo una carta bajo la manga, así sin ningún problema salí y dirigí el culto de esa noche.
Pero las cosas no terminaron ahí. El hermano que estaba encargado de mi alojamiento no estaba en la iglesia esa noche así que estaba algo preocupado. No es que sea cobarde o miedoso pero cualquiera le teme andar sólo en los alrededores del Cerro el Pino o del Cerro San Cosme. Pero no tenía otra salida.
Pero no todo estaba perdido. La hermanita Valentina de unos 70 años me dijo que en su casa había suficiente espacio para que yo me quedara. Ni corto, ni perezoso, acepte la propuesta de inmediato. Fuimos a su casita y me mostró el lugar donde iba a dormir, muy elegante por cierto.
Me acosté y llamé a mi amiga Mayra para charlar un poco hasta que me de sueño. Estuvimos conversando hasta que me quedé sin ni un centavo.
Cuando amaneció y me dispuse a hacer mi aseo personal me di cuenta de que algo faltaba.
Era mi peine. No tenia con qué peinarme. Busqué en mi mochila, en los bolsillos de mi pantalón y en los del saco y en los de la camisa y nada.
¿con qué me iba a peinar? Me daba vergüenza pedirle a la hermana que me prestara un peine. Tenía el cabello húmedo listo para una buena peinada pero no había con qué peinar mi linda cabellera hasta que encontré en uno de los bolsillos de mi pantalón el dichoso carné universitario que el día anterior no me había servido de nada porque era viernes santo, feriado nacional. Pensé nuevamente en qué usarlo esta vez. ¿cómo me ayudaría a resolver el problema que tenía.?
Fui al baño me miré en el espejo y me vi todo despeinado y en mi mano derecha mi carné universitario. Pasé mi mano por mi cabellera y la hice hacia atrás y luego con el carné universitario le saqué la línea a mi peinado raya al centro que estilo utilizar desde hace ya un buen tiempo.
¡Eureka! Solucioné mi problema con mi carné universitario. Ese día ande con mi peinado de carné universitario y nadie notó la diferencia. Nadie.
Porque así son las cosas, en el momento menos pensado y con las herramientas que normalmente no nos ayudan mucho uno puede sacar provecho.
Tomemos más tiempo en reflexionar en los pequeños detalles porque muchas veces el sentido de la vida está en esos pequeños detalles que normalmente pasan por desapercibidos.